Pasados los preámbulos, entonces, húngaros queridos, les propongo lo siguiente:
Entonces sí, hagamos un trato
Por mi parte, prometo esforzarme, primero, por hablar más claro y más fuerte. Supongo que esto pasa siempre que uno empieza el proceso de comunicarse en otro idioma, pero toda la timidez que no tengo en distintos aspectos de mi vida diaria, aparece a la hora de arrancar con el magyar. Admito, entonces, que a veces no me expreso de manera clara y fuerte.
Ahora, una vez que hablo claro y fuerte, ahí no se acaba la cosa. Se viene una de las cosas más complicadas –al menos para nosotros, hispanohablantes-, que es la pronunciación. Ya les expliqué varias veces algunas de las mayores dificultades, así que no es necesario repetirlo. Ahora, muchachos, también les pido que hagan un esfuerzo ustedes y que traten de entender un poco más y darse cuenta que es casi imposible que hablemos como nativos.
Se que no están acostumbrados a que los extranjeros se adentren en su idioma (“el único que el diablo respeta”), pero también es un círculo vicioso. Ustedes no nos entienden, nosotros nos frustramos, y así todo sigue. Vamos, si pido un “szöld tea” (té verde), aunque mi “z” no resuene tanto, y mi “ö” no sea perfecta, no creo que sea tan complicado adivinarlo. Camareros húngaros! Vamos que se puede!
Esto no se aplica a todos los húngaros. Claro está. Por eso estuve desarrollando una “teoría” de las distintas categorías de respuestas de un nativo frente a un no nativo que intenta, al menos, balbucear algunas palabras magyares.
Ahora, una vez que hablo claro y fuerte, ahí no se acaba la cosa. Se viene una de las cosas más complicadas –al menos para nosotros, hispanohablantes-, que es la pronunciación. Ya les expliqué varias veces algunas de las mayores dificultades, así que no es necesario repetirlo. Ahora, muchachos, también les pido que hagan un esfuerzo ustedes y que traten de entender un poco más y darse cuenta que es casi imposible que hablemos como nativos.
Se que no están acostumbrados a que los extranjeros se adentren en su idioma (“el único que el diablo respeta”), pero también es un círculo vicioso. Ustedes no nos entienden, nosotros nos frustramos, y así todo sigue. Vamos, si pido un “szöld tea” (té verde), aunque mi “z” no resuene tanto, y mi “ö” no sea perfecta, no creo que sea tan complicado adivinarlo. Camareros húngaros! Vamos que se puede!
Esto no se aplica a todos los húngaros. Claro está. Por eso estuve desarrollando una “teoría” de las distintas categorías de respuestas de un nativo frente a un no nativo que intenta, al menos, balbucear algunas palabras magyares.
1) El primer grupo de estudio caería en lo que podríamos denominar el “Ay, que dulce”. Allí entran amigas mías como Petra o Zsuzsi, o la camarera que todas las mañanas sonríe cómplice cuando pido “capuccino sok habbal” (con mucha espuma). Para este grupo, no importa lo qué digamos o cómo lo digamos. Para ellos es suficiente el esfuerzo y todo siempre va a estar bien. Son los mismos que nos felicitarán como si hubiéramos terminado de escribir un tratado de lingüística, cuando podamos armar una oración entera sin fallarle a la gramática. Siempre estarán al pie del cañón para explicarnos cómo se dice algo. A ellos no queda más que decirles gracias, y sepan que por gente como ustedes sigo pagando mis clases todas las semanas.
2) Es hora entonces de introducir la segunda categoría. Los que podríamos denominar “los eternos correctores”. Acá hay distintas variantes. Digamos que hay “correctores con la mejor onda”, que no saben que interrumpiendo cada maldita palabra que decimos para mostrarnos nuestro error, a veces sólo genera un efecto contrario. Y también están los “correctores con un poco menos de onda”. OK muchachos, ya sabemos que mi húngaro es básico, pero si me corrigen, en un punto es porque entendieron lo que quise decir. ¿No es ese el propósito de la comunicación?
3) Y llegamos a los más temidos. A los “no te entiendo nada y tampoco me importa entenderte”. En general, los especímenes de este grupo suelen estar en posiciones claves como “camareros”, “encargados de supermercados” o “vendedores”. Sepan que ellos nunca harán un esfuerzo por entenderte y, en general, te lo demostrarán trayéndote algo exactamente opuesto a lo que deseabas. También entran en esta categoría las personas que creen que si te gritan lo suficientemente fuerte una frase inentendible para tu húngaro, terminarás develando el misterio. No señores, no es así. En general, los “no te entiendo nada y tampoco me importan” no hablan otro idioma que no sea el húngaro. O, también puede pasar, piensan que si sos extranjero hablás inglés. Otro preconcepto.
Nota al pie: de más está decir que muchas veces las categorías se mezclan y un “ay que dulce” se puede combinar con un “corrector con buena onda”. Todo dependerá del interlocutor y de nuestro grado de inspiración al momento de expresarnos.
Entonces, volvamos al trato. Si de las dos partes hacemos un esfuerzo, podremos evitar problemas. Así, la próxima vez que pregunte “Van Wi-fi?” (Hay wi-fi?) no recibiré una copa de “White wine” (está bien, ya aprendí que acá se dice “guifi” y no “guaifai”) y quizás, con más suerte, si pido “Cola jéggel” (Coca con hielo) no recibiré Coca con Jägermeister. Ups, parece que las confusiones por acá siempre tiran para el lado del alcohol.
Así doy por cerrado el trato. Bueno, al menos por mi parte. Los mantendré informados. :)
Pd: ¿Cuál es su experiencia con el proceso de aprendizaje? ¿Qué otras categorías conocen? Quizás entre todos podamos sumar algunas más…